Como amante de los animales tenía bastantes ganas de escribir este post, aunque también algo de vergüenza; la parte de las ganas, por explicar un poco al detalle cómo funciona el turismo de los elefantes en Chiang Mai y la parte de la vergüenza por haber acabado participando en esa mierda de negocio aun habiendo buscado mil opciones y leído mil foros.
En nuestro primer día en Chiang Mai, una ciudad llena de freelances y de mochileros, estábamos súper ilusionados con visitar un centro de rehabilitación de elefantes en donde (supuestamente) recogen elefantes maltratados en zoológicos o circos para devolverles a su hábitat natural.
Y siendo como somos de desconfiados, sabíamos de sobra de la existencia del negocio que había detrás de todo el tema de los elefantes Chiang Mai, así que decidimos informarnos a tope y escoger la mejor de las opciones, costase lo que costase.
Leyendo en mil páginas descubrimos que el mejor, más fiable y mejor considerado centro era Elephant’s Nature Park, pero para nuestra mala suerte estaba lleno para los próximos 5 días porque tenían, como es lógico, un aforo diario máximo.
Un poco decepcionados, retomamos de nuevo la búsqueda y encontramos un centro que estaba súper bien puntuado y en el que los más de 1.000 comentarios de viajeros decían que se cuidaban genial a los elefantes y que era un centro responsable. Se llamaba Elephant Jungle Sanctuary y a continuación os contaré por qué ver elefantes en Chiang Mai pasó de ser una de las cosas que más nos ilusionaban a la peor experiencia que vivimos en todo nuestro viaje a Tailandia.
Tras formalizar la reserva esa misma tarde, nos fuimos a dormir con los nervios de mirar a los ojos de cerca a un elefante.
Nos levantamos sobre las 6 de la mañana para desayunar antes de subirnos en el grand taxi que nos llevaría, junto a otro grupo de unas 8 personas, al deseado centro de rehabilitación de elefantes en Chiang Mai.
Tenía buena pinta, era gente más o menos joven y éramos un grupo pequeño. Estábamos contentos. O lo estuvimos, más bien, hasta que llegamos a una especie de explanada de tierra sacada de la nada (o de haber talado un puñado de hectáreas de selva), en la que había dos tejavanas que protegían del sol a los majestuosos elefantes.
Para nuestra decepción, dos grand taxis llenos de canadienses se unieron al plan y ya no éramos un grupo pequeño; de 10 pasamos a ser 30. Empezaba el circo…
La visita tenía tres partes. La primera se trataba de una explicación sobre la vida y necesidades de los elefantes en la que sí que aprendimos bastantes cosas y nos resultó interesante, a pesar de los infinitos chistes sin gracia del guía para divertir a los canadienses.
En segunda parte tuvimos la oportunidad de alimentar a los elefantes a base de plátanos y frutas. Fue un momento genial en el que disfrutamos un montón y dimos todo el cariño que pudimos a esas criaturas tan increíbles a pesar de tener la sensación de que algo no iba del todo bien…
La tercera y última parte era un baño junto a los enormes elefantes en un lago (artificial y bastante lamentable por cierto) donde ayudar a limpiarles. En esta parte fue empezamos a sentirnos mal de verdad. Era guay darse un baño rodeado de bichos de más de media tonelada, pero algo fallaba; no era natural y no tenía mucho sentido que, por arte de magia, los elefantes quisieran darse un chapuzón cuando a nosotros nos viniera bien. Y justo ahí se nos cruzó el cable y empezamos a ver el día de otra manera; estábamos convencidos de que tenían que forzar a los animales de alguna manera, aunque no hubiésemos visto nada (hasta ese momento, claro).
De regreso hacia la explanada y mientras todos los guiris revisaban las fotos geniales que se habían hecho, Ali y yo nos quedamos un poco “atrás” buscando coherencia a la razón de sentirnos tan mal como nos sentíamos. Y así fue. A los cinco metros de salir del lago, uno de los “cuidadores” (y tiene cojones que le llame así porque no se puede ser más mezquino y miserable) sacó a escondidas y con muchísimo cuidado un pincho del bolsillo con el que pinchó a uno de los elefantes para que siguiese caminando hacia donde él le indicaba. Nos hervía la sangre.
No sabíamos qué hacer ni qué decir. Se lo comentamos a una de las chicas que había venido con nosotros y nos dijo que no podía ser, que los elefantes estaban bien. Nos hundimos. Nos hundimos con la gente, con la situación, pero, sobre todo, por estar formando parte de ese puto negocio asqueroso.
Poco después la visita había acabado y mientras el resto de gente se “despedía” de los elefantes y se hacía las últimas fotos, nosotros ya estábamos subidos en el grand taxi con un bajón de cojones. Y, por si no teníamos bastante rallada, a la vuelta Ali comentó al resto de nuestro grupo lo que habíamos visto y la respuesta general fue que “eso no podía ser” y que “estaríamos equivocados”.
El resto del día le dedicamos a lamentarnos, arrepentirnos y jurarnos que no volveríamos a cometer un error como ese en ningún país con ningún otro animal.
Espero que este post te haya servido para, al menos, concienciarte de la situación de los animales en los países del Sudeste Asiático y que puedas disfrutar de una experiencia como esta de una forma más real y positiva.
¿Quieres seguir nuestra aventura por Tailandia?
Después de pasar tres días en Chiang Mai haciendo un montón de amigos cogimos un autobús hacia Chiang Rai y su famoso White Temple. Puedes ver todo en este post.
Y si lo que quieres es ver el Itinerario Completo de 40 días por el Sudeste Asiático puedes verle al completo aquí.